Cuanto más mayor me hago, más me gusta poder decir que no tengo nada que hacer. Eso significa, no sólo que los deberes los tienes hechos, sino que puedes dedicar tiempo a la lenta improvisación. ¡Me encanta el poder decidir en cuestión de minutos u horas un nuevo plan para disfrutar con los amigos, la familia, mi pareja…! Aunque la verdad lo de hacer cosas me gusta, no lo niego, y si no estoy metido en algún fregado yo me lo busco. ¡Hacia algún sitio he de canalizar tanta energía! No obstante, hasta mi madre me ha llegado a preguntar, hablando por teléfono:
Mi madre: ¿hijo, qué tal?
Yo: Bien, ahora estoy trabajando porque tengo mucho trabajo.
Mi madre: ¿Y eso?
A pesar de que ella es quien me financia el Máster que estoy haciendo, creo que incluso ella se da cuenta y le sorprende la cantidad de cosas que hacemos y lo rápido que va todo hoy en día.
En una nueva sesión del Seminario Intercultural del Máster Universitario Internacional en Estudios de Paz, Conflictos y Desarrollo de la Universitat Jaume I, la catedrática UNESCO de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible de la UNED, María Novo, estuvo con nosotros para hablar del factor tiempo, ese gran olvidado. Lo olvidamos todos en general, como defiende María, pero sobre todo lo olvida el sistema político-económico que rige hoy en día: tu dinero se puede estar moviendo a lo largo del día, sin parar un instante, entre Japón, Frankfurt y Nueva York; los políticos sólo piensan en políticas y medidas que les otorguen beneficios pensando en el siguiente proceso electoral, consumimos a un ritmo mayor del que la naturaleza puede regenerarse…
Esta velocidad que ha adquirido la vida humana es completamente contraria a los ciclos largos de la naturaleza. Al fin y al cabo, si dividiésemos la edad de la tierra en 24 horas, llevaríamos existiendo 19 segundos. Sin embargo, nuestra voracidad como especie nos ha llevado a una situación en la que vamos a necesitar más de un planeta si seguimos a este ritmo, sobre todo en los países centrales y enriquecidos. A esto es lo que se le llama Huella Ecológica (puedes calcular la tuya, aquí) y lo que demuestra también es que estamos consumiendo los recursos de la Naturaleza y generando residuos a una velocidad mayor de lo que la Tierra puede renovar unos y asimilar otros.
En los años 80′, fue la última vez en que gastábamos y consumíamos al mismo ritmo de asimilación y regeneración natural de la Tierra, pero hemos sobrepasado esas capacidades en un 30%, lo cual es una barbaridad. Producimos demasiado, a un ritmo incluso que ni siquiera somos capaces de consumir y muchas cosas se desperdician; el imaginario dominante de nuestro sistema necesita estar siempre a la última y renovado (se produce la obsolescencia programada) y no somos capaces de respetar a la Tierra, de la que formamos parte y en la que llevamos muy poco tiempo.
En realidad, estos problemas derivados de no tener en cuenta el tiempo no afectarán tanto a la tierra porque en sus largos ciclos se recuperará de tal devastación, como ya lo hizo en otras ocasiones, pero de cómo gestionemos esos tiempos dependerá nuestra propia existencia como especie. Podríamos llegar a ser la primera especie que se autodestruye, así que mirad para que nos habría servido el don de la ¿inteligencia superior? Lo que está claro es que, teniendo en cuenta nuestra supervivencia, ciertos elementos que para la Tierra misma no supondrían un gran cambio, a nosotros pueden traernos serios problemas. Jared Diamond, en su libro Colapso, presenta unas interesantes reflexiones sobre los motivos del colapso de las sociedades.
Me gusta mucho ese viejo proverbio tuareg que dice: «vosotros tenéis los relojes y nosotros tenemos el tiempo». Después de vivir en Mozambique unos meses y de que mi tío Pedro me explicara como hacía negocios con ellos lo entendí mucho mejor. El tiempo, como señala Novo, es un bien escaso y debemos aprender a usarlo. Ahí se encuentran las diferencias, en el cómo usarlo. Usar el tiempo para vivir y vivir para vivir. Se puede extender y dar más tiempo a la gente, si hablamos de la atacar mortalidad infantil y mejorar la esperanza de vida, a pesar de que las condiciones externas limitan mucho en qué y cómo cada uno puede usar el tiempo. Desgraciadamente, no todos somos libres para decidir.
El no tener tiempo, además, se ha convertido en un factor de estatus: como estás ocupado y con muchas cosas que hacer eso es que eres una persona ¿importante? para el mundo, porque no paras de hacer cosas y la gente te lo reconoce. ¡Y al final no tenemos tiempo para la felicidad, para hacer eso que nos gusta! Como comentaba Novo: «la libertad es tiempo y el tiempo nos da libertad». Yo sigo pesando, y así lo haré hasta que me muera, que el tiempo es nuestro único patrimonio. No obstante, los amigos africanos me han enseñado que el tiempo no sólo pertenece a uno mismo, sino también a los que nos rodean (interesante reflexión en la que os invito a profundizar).
Para el economista español José Luis Sanpedro, bienestar significa conseguir la libertad de las necesidades imperiosas, y su enemigo es el mejor estar (el querer hacerse rico). Siempre se puede estar mejor o imaginar que se puede estar mejor. Pero a pesar de la revolución tecnológica, contradiciendo las palabras de Henry Ford (nada sospechoso de izquierdista) sobre que con la tecnología acabaríamos trabajando menos horas. Pues se equivocó, trabajamos más horas, menos gente y más puteados porque no hemos sabido adaptar la economía a las necesidades de la gente y nosotros hemos acabado viviendo para el capital.
No obstante, aún quedan esperanzas puestas en lo pequeño, lo próximo y lo lento (como dice María Novo), opuestos completamente a lo visto como lo mejor en la modernidad tradicional: lo grande, lo lejano y lo rápido. Iniciativas como los bancos del tiempo, la red Slow Food, los indicadores de Felicidad Interna Bruta de Bután, la red de ciudades lentas, el movimiento Slow… están demostrando la capacidad de resiliencia del ser humano ante estas situaciones. Espero que todas ellas puedan ayudarnos a dejar de lado un modelo de consumo y entretenimiento que secuestra nuestro tiempo y nos hace caer en la trampa del siempre correr, otra forma de dominación. Os recomiendo los libros: El elogio de la ociosidad (Bertrand Rusell) y el texto del Derecho a la Pereza (Paul Lafargue).
Mientras tanto, yo trato de tomarme la vida como un viaje en el que disfrutas del tiempo mientras vas de aquí para allá. No quiero sufrir el efecto Pekín Exprés, en el que el objetivo es llegar a la meta y el placer de viajar se pierde por el camino. Voy a seguir tratando de dedicarle todo el tiempo necesario a esas actividades lentas (como dice Novo), que se estropean si el tiempo que tenemos para ello es limitado: hablar con un amigo, poder disfrutar de un atardecer sin necesidad de quererlo ya (como en el Principito), pasear por el monte o… ¡qué narices! hacer un informe sobre cualquiera de las frikadas que a mí me gustan.
¡SALUD!